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En la antigua Grecia, ser buena
persona significaba, ante todo, ser buen ciudadano. Para Aristóteles, las
virtudes eran el eje de la ética y también de la política. En la actualidad, el
capitalismo y la sociedad de consumo han contribuido a fomentar un individualismo
exagerado, que genera sociedades atomizadas, en las que cada uno vela
únicamente por su interés particular o corporativo, y en dónde es casi
imposible conseguir la cohesión social de todos los miembros de la sociedad en
torno a unos ideales o proyectos comunes. (Camps, 2005)
Es importante mencionar que
cualquier ideología es inhumana puesto que reduce al hombre a una sola de sus
realidades y por ende, mutila las demás. En nuestro tiempo, predomina el
liberalismo, que no sólo reduce al hombre a la libertad, sino que también les
da la falsa idea de que tienen libertad para todo y este no es el caso. La
libertad es la capacidad de la voluntad para elegir los medios adecuados para
alcanzar un bien determinado, no da la posibilidad de elegir entre el bien y el
mal. La idea de que el fin justifica los medios, es un principio inmoral. La
libertad es un camino, y como todo camino tiene dos límites o dos orillas: la
verdad y el bien; éstos límites no "limitan" la libertad del hombres, todo lo
contrario, le permiten ejercerla en plenitud. El hombre no tiene libertad para
hacer el mal, esa es una falsa definición, puesto que la libertad es solamente
para alcanzar un bien y no para todo. La libertad sin responsabilidad es
libertinaje.
Hacer el bien es una capacidad
del hombre que también debe ser su objetivo. El bien es todo aquello que
existe, no es subjetivo, el bien es lo que es. La verdad es un bien, siempre;
no puede haber auténtico bien sin verdad o en contra de ella, no puede darse
uno sin el otro. Existen bienes físicos como el cuerpo humano o los recursos
humanos, y bienes espirituales como la inteligencia, la voluntad o la dignidad.
El mal es la carencia o privación de un bien.
La cultura actual nos hace
olvidar nuestras realidades trascendentes, nos hace adquirir un anhelo de
inmortalidad para seguir disfrutando de nuestra materialidad; nos impulsa a
quedarnos en nuestra realidad material y a asumir una actitud pesimista. Nos
hace olvidar que somos mortales y que podemos llenarnos de esperanza abriendo
nuestra inteligencia y nuestro corazón a la realidad del espíritu y vislumbrar
una vida más allá de la vida física. La virtud de la esperanza nos permite
afrontar la realidad de la muerte con serenidad. Debemos conducirnos siempre
con amor, pues la capacidad de amar es sin duda la potencia más excelsa del
espíritu, es lo que nos hace humanos.
A esta misma cultura, una cultura
objetiva, exterior al hombre, heredable y acumulativa, el hombre la ve como un
fin, cree encontrar en lo material la felicidad, confundiendo a la felicidad
con simples momentos y sin saber que estos son sólo medios equivocados para
llegar a ella puesto que ni en la convivencia familiar, ni en el dinero, ni en
el conocimiento de las ciencias, ni en el poder (que fácilmente lleva a la
corrupción y al descrédito), ni en los placeres ilícitos (que frecuentemente
conducen a la depresión y angustia), ni en el honor, ni en la fama, podrá el
hombre encontrar a la verdadera felicidad. El consumismo nos ha casi obligado a
vivir en una estridente “alegría mientras dure”, una forma de felicidad que es
falsa, hueca y efímera. La verdadera felicidad debe ser absoluta, para poder
llenar al hombre; perfecta, para que excluya a todo mal; eterna, para que nunca
termine y posible, para que esté al alcance de todos.
El único medio para alcanzar la
felicidad, absoluta, perfecta, eterna y posible, del hombre es la cultura que
inicia de cero siempre, que no se hereda y que es interior (dentro del ser
humano, espiritual). Juan Pablo II en la UNESCO, en la carta magna de la
cultura mencionaba que la cultura es aquella, a través de la cual, el hombre en
cuanto hombre, se hace más hombre, <es> más, accede más al <ser>.
Que todo el tener del hombre no es importante para la cultura sino en la medida
en que el hombre por medio de su tener puede al mismo tiempo <ser> más
plenamente.
Ciertamente, no todo es malo en
nuestra cultura, algunos aspectos positivos son las grandes conquistas en la
ciencia y la técnica (fuerza atómica, conquista del espacio, comunicación
satelital, informática, etc.), las actividades internacionales de convivencia y
colaboración (olimpiadas, congresos científicos, intercambios estudiantiles, etc.),
hay una creciente conciencia y promoción de los derechos humanos, del perdón y
la tolerancia, además del fracaso de los grandes totalitarismos políticos (
nacismo, fascismo, comunismo, etc.). Pero son más los aspectos negativos, por
ejemplo, las terribles atrocidades del hombre contra el hombre por medio de la
técnica (dos guerras mundiales y más de 100 guerras posteriores, bombas
atómicas, campos de exterminio masivo, etc.), la violación sistemática de del
derecho humano más fundamental, el derecho a la vida (legalización del aborto,
manipulación genética, eutanasia, etc.), la miseria creciente de pueblos
enteros, la ampliación de la brecha entre ricos y pobres, el crimen organizado
(narcotráfico, terrorismo), la promoción de una sexualidad infra-animal
(perversiones, pornografía, apología de perversiones sexuales), los secuestros,
asaltos y asesinatos a todas horas, el eclipse del bien común y el naufragio
casi total del sentido moral.
El filósofo alemán Martín
Heidegger decía que nunca supimos tantas cosas como en nuestra cultura actual y
sin embargo, nunca el hombre ha sabido menos sobre sí mismo. El ser humano no
es un proyecto humano, no nos auto-creamos, fuimos bendecidos con el don de ser
personas con capacidades físicas y espirituales, como la inteligencia, la
capacidad de conocer la verdad y la voluntad. No podemos negar ni nuestro plano
biológico ni el espiritual. “El cerebro es necesario pero no suficiente. La
percepción consciente la cual incluye un yo personal en la intimidad de mi ser,
es de naturaleza inmaterial” fueron palabras del Dr. John Eccles, premio nobel
de medicina, al respecto. Es así como la misma negación del espíritu sólo puede
darse a través del espíritu mismo, el hombre es ciertamente un animal, pero un
animal racional. No somos solamente materia como las piedras, ni tampoco sólo
espíritu como los ángeles; somos “materia y espíritu” y entre esas tres
palabras, la más importante es la “y” que une a las otras dos. “La vida no es
lo que pasa en mi células” mencionaba Ortega y Gasset.
Uno de los problemas
contemporáneos es que cuando alguien nos dice una parte de la verdad la
absolutizamos y no debe ser. La verdad no es subjetiva, no depende de cada
quien y tampoco hay una verdad para cada uno. La verdad es una y es lo que es,
se puede conocer y puede ser estudiada. Una de las verdades del hombre es su
realidad física-biológica, pero esta no es toda la verdad, el problema es
quedarnos sólo con esto y creer que lo es todo, cuando esta es sólo una parte
puesto que la realidad volitiva-espiritual también es verdad. El conflicto se
da porque la verdad es infinita y nuestra cabeza es limitada, pero esto se
soluciona si cambiamos de posición para conocer otra parte de la verdad y no
nos limitamos y absolutizamos sólo una cara. Por ejemplo, es verdad que el
aspecto racial es una realidad del ser humano, pero los nazis y miembros del Ku
Klux Klan redujeron al hombre a esta realidad, al punto de olvidar otras como
el espíritu y la dignidad ontológica que éste le da al ser humano, por el hecho
de <ser> humano.
Victoria Camps opina que las
actitudes cívicas que tendrían que desarrollar las personas giran en torno a 3
valores básicos: responsabilidad, tolerancia y solidaridad; puesto que estos
tres valores son el complemento que necesitan las instituciones políticas. Hace
hincapié en que el civismo es la potenciación de las virtudes o actitudes que
convertirán a las personas en buenos ciudadanos y que está estrechamente ligado
con la educación. Cree que enseñar civismo es enseñar ética y que tal como
dijeron los griegos, esta materia no puede ser enseñada con los métodos que se
utilizan para enseñar otras materias como geografía o matemáticas, sino que la
mejor manera de enseñar ética es a partir del ejemplo. Se trata de cultivar
formas de respeto, nos dice Camps.
Yo me considero a favor de la
idea de Camps. Desde mi punto de vista, debemos de dejar de considerar a las
cosas (que son sólo medios) como fines y dejar de considerar al hombre (que es
el origen y fin de la cultura) como un medio, dejar de promover la cultura de
la muerte. Dejar de reducir al hombre a una de sus partes y luego absolutizar
esta reducción. Ciertamente el horizonte que hoy prevalece ve al hombre desde
las categorías de la economía y la tecnología, por lo que cada persona es sustituible,
repetible, reemplazable y, lo más preocupante, insignificante.
El actuar del hombre es sobre
todo intencional y no meramente instintivo como creía Freud, los instintos en
el hombre se encuentran sometidos por la conciencia y la responsabilidad.
Ciertamente el ser humano no es perfecto y todos nos equivocamos, pero desde mi
punto de vista el hombre virtuoso, que a su vez es un ciudadano virtuoso, es
aquel que se sabe perfectible y que día a día busca ese perfeccionamiento por
los medios adecuados, pues así como el ser humano es consciente y libre, su
perfeccionamiento deberá ser consciente y libre. La virtud más importante del
ser humano es ser fiel a lo que es y crecer en dignidad moral. Como ciudadano,
el hombre virtuoso debe ser capaz de reconocer la dignidad ontológica, que es
igual en todos por el hecho de nacer humanos y que no crece ni disminuye, de
los demás y respetarlos por esta razón.
En mi opinión los griegos tenían
muy en cuenta estos conceptos, y me lo dejan claro con la frase “conócete a ti
mismo” que fue inscripta en el pronaos del templo de Apolo en Delfos. Con esto
se referían al ideal de comprender la conducta humana, moral y pensamiento,
porque comprenderse a uno mismo es también comprender a los demás y viceversa,
sabiendo que somos todos pertenecientes a la misma naturaleza. Por eso aprender
el verdadero significado de la frase conlleva inevitablemente a verse uno mismo
como ser humano ante la verdad, que es lo que es, y cómo nos engañamos y
mentimos para alimentar nuestro sufrimiento interno. Este aforismo es sin duda
una invitación a una mirada introspectiva, como el detectar nuestras carencias
y defectos; y mantener prudencia en el manejo de nuestra lengua. Una llana y
sincera capacidad de autocrítica. Si me preguntaran ¿por qué hoy prevalece lo
inhumano en la vida social? No dudaría en responder, que este hecho es
consecuencia de que el hombre se ha perdido a sí mismo. Ha dejado de ser hombre
para pasar a ser mercancía.
A manera de conclusión y solución
desde mi punto de vista, lo que la sociedad actual necesita es una nueva
cultura de ciudadanos virtuosos que se interesen en promover la vida,
revalorizando a la persona, donde se tenga en cuenta que cada persona es
insustituible, irrepetible, irreemplazable y apreciado, esta es la única manera
en que la sociedad se puede volver armónica, tolerante y solidaria. Una cultura
donde no sólo actuemos por amor propio sino por amor a todos los hombres y que
no sólo busque el bienestar individual sino el bien común. Esta cultura hará
ciudadanos participativos en las cosas públicas, verdaderos ciudadanos
democráticos, y es una cultura que debe ser pregonada por cada uno de nosotros
con el ejemplo, sólo entonces veremos un cambio en la sociedad.
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